Noelia es una docente del anexo El Arenal, en la zona rural de Chimbote, cuyos estudiantes deben subir una colina para ver sus clases en los teléfonos celulares de sus padres.

Un ambiente de la modesta casa de Noelia, en el centro poblado de Cascajal (La Cuadra), se ha convertido en un pequeño salón de clases. En la pared hay papelógrafos pegados que simulan una pizarra, hay cuadernos por doquier, plumones, colores, cartulinas, y al costado su perra Lulú que la acompaña siempre.

“Ellos (los niños y sus padres) salen a buscar señal a una ladera. Ven la información que se les ha dado —les envió audios, videos cortitos— y la actividad que van a trabajar. Pero para esto, ellos tienen que haber mirado el programa (Aprendo en Casa)”, menciona.

Si antes la educación rural en Chimbote presentaba serias barreras para que los niños accedan a una educación de calidad, hoy, en pleno estado de emergencia nacional por la COVID-19, estas barreras son gigantes.

Noelia enseñaba en un aula unidocente de Educación Inicial, en la Institución Educativa N.° 88399 El Arenal. Pero, ahora, su rutina ha cambiado y se levanta muy temprano a grabar videos para mandárselos a sus niños, antes de que empiece el programa Aprendo en Casa, del Ministerio de Educación (Minedu), a las 9 y 30 de la mañana.

En el anexo El Arenal, donde viven sus estudiantes, no hay internet y tampoco cobertura de teléfonos móviles. Sin embargo, a pesar de esto, ella y sus estudiantes hacen lo necesario para salvar esos obstáculos y seguir adelante con sus clases a distancia.

Desde las 8 de la mañana, ya tiene que estar todo listo para empezar sus clases a los niños de 4 y 5 años de El Arenal, zona rural de Cascajal, al oeste de Chimbote, donde el coronavirus ni se asoma. 

“Empezamos a las 8 de la mañana. Luego vemos el programa Aprendo en Casa, pero previo a eso, grabo un video y les mando un saludo de bienvenida a mis niños, y luego yo, en paralelo, me siento a ver el programa con ellos”, comenta.

La educación a distancia es difícil y más en la zona rural. Al principio, a los padres de familia les costaba adaptarse a esta nueva forma de educación desde casa.  Durante el primer mes de cuarentena (mayo) llamó por teléfono a cada padre para enseñarles cómo sería el proceso para que puedan educar adecuadamente a sus hijos. Pero, aun así, a algunos padres se les ha tornado complicado y dos de sus estudiantes parecen haber abandonado las clases.

“Tengo dos niños que no envían nada, pero el director los ha visitado: la justificación que dan es que no tienen celular y no hay nadie quien les enseñe en casa, (…). Los padres no tienen la paciencia para enseñar a sus hijos. Justo el director nos habla mucho para ayudar a los padres en el aspecto emocional”, menciona la profesora.

Uno de sus estudiantes en problemas es una niña de cinco años que ha dejado de estudiar porque sus padres no le dan la debida importancia a la educación que debe recibir y muestran más interés por sus hijos que están en nivel primario. “Cuando el director ha ido a su casa, enviaron solo dos trabajos del mes de junio y ahí se han quedado; sí es un caso que me preocupa”, dice. El otro caso es el de un niño de cuatro años de edad. Noelia espera que el próximo año sus padres no se descuiden con él.

Las expresiones faciales de la docente transmiten alegría y dulzura mientras graba sus videos. Lleva puesto un mandil que disimula sus tres meses de embarazo. A pesar de su estado, Noelia no descansa y realiza todo esfuerzo por sus niños, como ella les llama.

Durante el transcurso del día, los niños de El Arenal, un anexo pequeño ubicado en una colina, a 10 minutos de Cascajal (La Cuadra), envían fotos a Noelia mirando el programa Aprendo en casa que dura aproximadamente 30 minutos.

Noelia coge su celular y nos muestra cómo sus niños se esmeran por estudiar.

Las tareas de sus estudiantes le llegan a través de la aplicación Whatsapp.

Por la tarde, si es que la señal del internet lo permite, los escolares llevan clases de retroalimentación de lo que aprendieron en ese día. “No les puedo exigir mucho, pues tengo que adaptarme a su realidad, tengo que dejarles trabajos con los materiales que tienen en casa. Terminando el programa, se les envía las actividades o los retos a realizar del tema tratado. Los niños me envían fotos, en algunos casos me envían videos”, señala.

Con 38 años de edad a cuestas, Noelia Carbajal Díaz, cascajalina de nacimiento, ha dedicado sus últimos cinco años a la Educación Inicial en el mismo colegio donde hoy ya es nombrada.

Ella dice ser una docente las 24 horas del día, pues tiene que adecuarse a la realidad de sus estudiantes del campo y la de sus padres. “De mis 15 niños, los que diario presentan son 10 o 7 niños, pero les espero hasta el fin de semana. Algunos (padres) llegan a las 6 de la tarde a su casa, a esa hora miran (videos de su clase), me llaman y los atiendo”, cuenta.

En la cara de la profesora se dibujaban muchas sonrisas al hablar de sus estudiantes. “Lo que más extraño de mis niños es abrazarlos; el poder cantar con ellos; jugar con ellos; ver sus dificultades y apoyarles. Esas sonrisas que te dan sus travesuras. Se me rompe el corazón cada vez que dicen en sus audios: ¡Miss te extraño!, ¡ya quiero verte!, ¡ya quiero ir al colegio!”, dice y se toca el rostro. 

Toma un respiro y descansa en su sofá, mientras comenta que las clases a distancia le han afectado, pues ya no puede estar en el aula y tener un trabajo directo con sus niños, más aún tratándose de nivel inicial. “Comunicarnos con ellos a través de un celular a veces es un poco frío, pero tratamos de adaptarnos y buscamos la manera de que se sientan cómodos”, menciona.   

(CASI) TODO EN CONTRA

En el 2013, la Defensoría del Pueblo informó que las barreras que dificultan una educación de calidad en el campo son: el déficit de docentes, la pésima infraestructura y la precaria situación económica de las familias. Hoy, en el 2020, estas brechas deberían haber acabado. Sin embargo, la realidad es otra: en las zonas rurales, el acceso a Internet es de solo 20 %, probablemente por las dificultades de conexión, mientras que en las ciudades es de 64,6 %, según el INEI.

En El Arenal, los niños no tienen acceso a internet, no tienen computadoras y menos impresoras. A veces, tampoco encuentran señal telefónica, por lo alejado de su zona. Pero dentro de sus carencias tienen algo de ayuda: la televisión.

“Yo conozco la precariedad en la que viven mis niños de El Arenal, pero también sé que tienen una televisión, al menos por ahí y con los libros que les entrega el Minedu, se pueden apoyar”, precisa Noelia.

Otro inconveniente para las clases a distancia es que los padres de familia, en su gran mayoría, trabajan en el campo y los menores no tienen quien los acompañe durante el programa de televisión Aprendo en Casa.

Noelia está gestando, pero eso no es impedimento para desarrollar sus clases a distancia. 

LA OTRA NOELIA

Noelia también es mamá: tiene tres hijos a quienes ayuda también en sus tareas a distancia. Su pequeña Alina, de 7 años de edad, y sus otros dos hijos también llevan educación a distancia, pero tienen el privilegio de tener internet y una computadora en casa. Además de tener a sus dos padres, quienes pueden estar con ellos.

—Yo de grande quiero ser como mi mamá, profesora de inicial— dice Alina, una pequeña muy vivaz y de tez clara, igual a la de su madre.

Alina graba a su mamá mientras realiza sus clases de reforzamiento.

“Aparte del trabajo pedagógico que hago tengo que aumentar horas extras de trabajo para mis hijos. Tengo hijos en primaria, en secundaria y en universidad. Debo acompañarlos en sus tareas; es un desgaste emocional también”, dice, respira hondo y luego sonríe.

Los roles domésticos los comparte con su esposo Jhon Decena, con quien lleva 18 años de casada. Él también es docente, pero de Educación Física. Ahora, solo se dedica a trabajar en su campo, cosechando maracuyá.

“Hemos adquirido otra laptop y puesto internet porque antes de la pandemia no lo teníamos. Me he visto afectada económicamente porque es un gasto más”, comenta y se sonroja.

Noelia recuerda con nostalgia sus épocas universitarias y del porqué la Educación Inicial es su vocación. Dice que unas amigas la animaron a estudiar esa carrera porque iba a encontrar trabajo rápidamente, y por eso ingresó a la facultad de Educación Primaria en la Universidad San Pedro, donde ya había dejado inconclusos sus estudios de Derecho por quedar embarazada.

Meses después ingresó como auxiliar en el único colegio que existe en La Cuadra y allí encontró su vocación. Estudió una maestría en la Universidad César Vallejo y está convencida de que la Educación Inicial es lo suyo.

Su hija Alina de siete años la ayuda con las grabaciones de sus clases.  

TODO POR ELLOS

Ahora que Noelia está embarazada no ha pasado por su cabeza dejar de enseñar. Al contrario, ella quiere continuar, sobre todo al ver que sus alumnos también se esfuerzan.

“Tengo unos niños que trabajan (sus clases) por la noche, otros por las tardes y otros por la noche. Me he tenido que adecuar a la realidad de los padres de familia”, dice.

Cuando visitamos a Noelia era un jueves por la tarde y la clase de ese día había sido “La aventura de crear”. Ella tiene gran optimismo de que los dos niños que han dejado de estudiar retomen la clase, pues añora con todo su corazón, que esos niños se conviertan en personas independientes, se aventuren a conseguir sus sueños y logren tener una vida digna, aquella que todos nos merecemos.

Se hace tarde y Noelia tiene que preparar los informes que debe entregar a la Unidad de Gestión Educativa Local (UGEL) y preparar la clase del día siguiente. La despedida es inevitable.

El aroma fuerte del maracuyá nos despide. Los campos de la fruta de la pasión y el espárrago se asoman por las ventanas mientras el auto recorre el camino que nos lleva de nuevo al bullicio de la ciudad.

- Ves la nota en video de esta historia aquí

(Redacción El Ferrol)

 


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